por Mónica Álvarez
Alessandra Luiselli, oriunda de la Ciudad de México, es egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, 1980), y Doctora en Letras Latinoamericanas por la Universidad de Nuevo México, de donde se graduó en 1990. Ha escrito varios libros: El sueño manierista de Sor Juana Inés de la Cruz (UAEM, 1993), La instrucción del Inca Titu Cusi Yupanqui (UNAM, 2001), y Letras Mexicanas. Ensayos sobre escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo veinte (UNAM, 2006). También, es co-autora del libro de texto: Huellas de las Literaturas Latinoamericanas, publicado por Prentice Hall en 1997; así como de dos obras de creación: Una antología de cuentos de adolescencia. Ritos de iniciación, publicada en 1982 en colaboración con Gustavo Sáinz, y Reina de corazones en 1986. Actualmente practica la docencia en la Universidad de Texas A&M en College Station, donde se ha destacado por sus estudios sobre el cine, las escritoras hispanas, y la literatura contemporánea mexicana. Inicios literarios: “Una no nace mujer, una se convierte en ello” -Simone de Beauvior Alessandra Luiselli es una mujer que contagia su pasión por la literatura y esa sed insaciable por el conocimiento. Los primeros recuerdos de su roce con los libros incluyen a doña Lola (su abuela materna) recitando de memoria a Campoamor, Nervo, Darío, Mistral y a Sor Juana. Luiselli afirma que fue su madre, “educada, culta y siempre dulcemente melancólica”, quien cultivó su afición a la literatura regalándole los libros clásicos de infancia y adolescencia, mismos que incluían a los hermanos Grimm, las fábulas de Esopo y La Fontaine, Lewis Carroll, Luisa M. Alcott y Edmondo D´Amicis, pasando por Shakespeare, Cervantes y los dramaturgos del Siglo de Oro. Al llegar a la universidad expandió su panorama literario para incluir a escritores latinoamericanos: Cortázar, Donoso, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes. Sin embargo, explica que aprendió a “reconocer las aportaciones de las escritoras latinoamericanas, en general, y de las mexicanas”, en particular, descubriendo así, además de Sor Juana, a su autora favorita: Rosario Castellanos, mismas a quienes Luiselli identifica como las escritoras que más han influido en su vida, inclusive aún más que cualquier autor del género masculino. Son ellas, junto con las teorías de Simone de Beauvior, las que “marcaron su identidad,” y por las que afirma que desde su adolescencia sólo podía explicarse el mundo a través de la escritura. La literatura es liturgia Alessadra Luiselli es un nombre conocido en el mundo de la crítica gracias a sus numerosas publicaciones, participaciones en conferencias académicas, y su extraordinaria obra de ensayos críticos. “La crítica literaria me ha permitido lograr algo de suma importancia: no interrumpir nunca mi proceso de aprendizaje.” Comparte acerca del tema que ese aprendizaje no sólo abarca la literatura, sino también ha aprendido de la vida, de ella misma, de la escritura y del idioma, así como a comprender los distintos roles que los hombres y mujeres están destinados a jugar en la sociedad. No obstante esa gran satisfacción y conocimiento que le ha dado la crítica literaria, Luiselli expresa con nostalgia su distanciamiento con las editoriales que publican a escritoras de habla hispana. “Publicar en México nunca es fácil: hay que tener contactos, movilizar palancas... vivir en los Estados Unidos me ha distanciado del mundo editorial que se atreve a publicar a la mujer que escribe narrativa en español ya que si acaso las publican, la exigencia preambular es ser una autora reconocida;” sin embargo, su pasión por la escritura va mas allá de las fronteras o las llamadas “palancas”. Ella continúa escribiendo, siempre alegre y bromista con la frase de “mi poética es…la de la espera…” La escritora mexicana citó alguna vez en el artículo Gustavo Sainz: La inquisición literaria a Maurice Blanchot y la idea de que “la literatura empieza en el momento en que la literatura es pregunta.” Al inquirir sobre el propósito y el significado de la literatura, Luiselli la describe como liturgia, “refugio, una especie de encantamiento que nos hace preguntarnos y tratar de entender cómo podemos poseer una naturaleza humana tan frágil y tan altiva, a la vez.” Siguiendo las propuestas de Freud y los estudios de su hija Ana en El yo y los mecanismos de defensa, tenemos el concepto de la naturaleza humana como algo misterioso, oculto, y esquivo; razón por la cual Luiselli admite que la literatura se ha convertido en un mecanismo para sobrevivir. “La función de la literatura es la de recuperar todas aquellas historias que nos permiten asomarnos a los abismos más inciertos de nuestra mente y de nuestro corazón para intentar así sobrepasarlos y, tal vez, no llegar a morir en el intento.” Para ella, la poesía, la narrativa, el teatro, y el cine se han convertido en medios por los cuales podemos adentrarnos y tratar de descifrar un poco nuestra naturaleza humana. Ya sean un par de versos o el mensaje que nos transmite una novela, Luiselli concluye que el propósito de la literatura es conocernos mejor a nosotros mismos como seres humanos, y en su caso, su identidad como mujer. Época colonial y la identidad mexicana No es secreto que la época colonial es un tema de profundo interés para Alessandra Luiselli, como lo demuestran sus dos textos publicados sobre Primero sueño de Sor Juana (1987 y 1995) y la Instrucción del Inca don Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui (2001). Este último relata la conquista de América desde la visión del penúltimo emperador inca Titu Cusi Yupanqui, es un documento que, en palabras de Elena Poniatowska, “conmueve, espanta e indigna en una misma respiración.” Al adentrarse en la identidad mexicana, Luiselli identifica una trinidad de mujeres que influyen firmemente en la idiosincrasia y la cultura de la sociedad: la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana. De estas figuras emblemáticas, las últimas dos han aparecido constantemente como áreas de estudio tanto en artículos, como en conferencias académicas, y seminarios ofrecidos por la crítica mexicana. Sin embargo, la figura de Sor Juana es la que ejerce una mayor influencia e interés ya que “representa a la mujer que valerosamente se entregó, en cuerpo y alma, a la escritura, al pensamiento. Sor Juana no conoció la cobardía. Fue osada al anhelar el conocimiento y ningún jerarca, por poderoso que fuera, logró nunca amedrentar su empeño de saber.” Y es siguiendo el camino que han trazado mujeres como Sor Juana y Rosario Castellanos el que ha decidido seguir Luiselli, escapando a las “cárceles identitarias” impuestas por la sociedad. “Hay que empujar para abrir esa puerta, sí, y empujar con fuerza, pero puede hacerse, y de hecho, todas las mujeres que deseamos otra alternativa de vida, u otro modo de ser como dijo alguna vez Rosario Castellanos, logramos abrirla al dedicarnos profesionalmente a pensar y escribir.” Contrafirma a Memorias de mis putas tristes La ensayista australiana Elizabeth Grosz es la que introduce el concepto de una contrafirma femenina, misma que propone que toda firma de un autor puede ser balanceada por la contrafirma de sus lectoras, quienes, como Luiselli, pueden abogar por la desautorización de posturas patriarcales disfrazadas como literatura. En Memorias de mis putas tristes -así como en otras obras más reconocidas del autor colombiano como Cien años de Soledad, El amor en los tiempos del cólera, y uno de sus más consagrados cuentos La triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada- se observa repetidamente y en distintos personajes el abuso sexual a niñas y adolescentes. Este comportamiento despreciable es excusado por ser producto del “buen amor,” y en otras ocasiones, solamente solapado por una discursiva patriarcal que “aunque debería ser un tema obsoleto, sigue teniendo vigencia plena en nuestros días", asegura Luiselli. “Solamente estando bajo la anestesia del más poderoso patriarcalismo pueden tales relatos no ser cuestionados desde la ética. El prestigio del autor colombiano, su celebrado “realismo mágico” que trasmuta la realidad, ha impedido que algunas de sus páginas sean valoradas éticamente. Mi contrafirma a Memorias de mis putas tristes a través del ensayo que publiqué en el número 32 de la revista Espéculo de la Universidad Complutense, denuncia la pederastia en la cual se inscriben, sin reparo ético alguno, muchas de las páginas del nunca cuestionado autor que tal vez llegue a ser el último de los patriarcas de la literatura latinoamericana.” Al cuestionarle sobre los textos de temática pederasta como las obras anteriormente señaladas del autor del Premio Nobel de Literatura, así como muchas otras obras clásicas, Alessandra Luiselli niega rotundamente alguna intención de crear consciencia social, al contrario, explica que “cualquier obra que exalte a un personaje pederasta simplemente refuerza prácticas de conducta inaceptables desde una perspectiva ética, pero que de alguna manera son inconscientemente aceptadas en sociedades patriarcales donde el abuso sexual a niñas menores de edad es una práctica común, aunque disimulada.” En su ensayo, de acuerdo con la contrafirma que propone Luiselli, hay que seguir el ejemplo de Lourdes Portillo y Lydia Cacho, valientes periodistas que arriesgaron su vida y libertad para desenmascarar una de las redes de pederastia perpetrada por algunos de los patriarcas más poderosos de México. “Como nos ha enseñado Elena Poniatowska, ‘hay que dar voz a las víctimas’ hay que dejar de ser aliadas de los ‘gober preciosos’, hay que abogar por las indefensas niñas prostituidas tanto en la prosa de García Márquez, como las más de trecientas víctimas a causa de los feminicidios en Juárez, mismos que se ven reflejados por las trabajadoras de la fabrica de ropa en Memorias de mis putas tristes”. Es así como Luiselli proclama en su valiente y célebre ensayo Los demonios en torno a la cama del rey: pederastia e incesto en “Memorias de mis putas tristes” de Gabriel García Márquez, “El pederasta exige a sus víctimas sometimiento y complicidad: basta ya de ser dóciles a la violencia de sombríos remanentes patriarcales, basta de ser cómplices de la pederastia a través de la autocensura y del silencio teóricos,” y sobre todo, basta ya de exaltar autores que recrean en sus obras el asalto sexual a menores de edad. El Corazón transfigurado de Dolores Castro: toda la eternidad aposentada. Al hablar de la obra de Dolores Castro no podemos negar que ha ocupado un lugar importante dentro de la literatura mexicana. Sin embargo, debido a la impresionante trayectoria de Rosario Castellanos (quien a su vez fue compañera de generación e íntima amiga suya) su obra lírica se ha visto opacada, hecho que hasta el momento no le ha permitido obtener el reconocimiento que se merece. La más reciente colaboración de Alessandra Luiselli consiste en el ensayo introductorio escrito para la nueva edición bilingüe de El corazón transfigurado de Dolores Castro. Este ensayo es titulado “Toda la eternidad aposentada,” utilizando el verso 126 del poema no sólo para el título, sino para definir sinópticamente la obra de la poeta mexicana. “Dolores Castro nunca había sido antes traducida al inglés debido, tal vez, al negligente desconocimiento o desatención a su obra. La edición de Elvia Ardalani posee, por ello mismo, suma importancia. Creo que para Dolores Castro habrá un antes y un después en relación a la traducción al inglés de El corazón transfigurado que Ardalani jubilosamente presenta.” De esta manera, aunándole la traducción al inglés y la reorganización de los panoramas literarios, Luiselli augura que la obra de Dolores Castro será muy revalorada y estudiada en el siglo veintiuno. El corazón transfigurado de Dolores Castro es una silva de 154 versos, que consta de 16 estrofas de extensión irregular, con versos endecasílabos y heptasílabos. Fue publicado por primera vez en 1949 por la Revista América, presentando ilustraciones de Francisco Capdevila, y un grabado de Francisco Amighetti; además, consta de una introducción de Efrén Hernández donde describe el poema como el “producto de una sensibilidad exacerbada.” Esta última descripción ha sido fuertemente reevaluada por la crítica mexicana quien objeta que el poema de Dolores castro es un texto “tan bello como complejo,” descartando el prólogo anteriormente escrito por Hernández como “más un comentario personal y masculino, escrito en un español excesivamente gongorino, que un estudio”. Alessandra Luiselli resalta la importancia de las figuras precursoras de sus textos poéticos: Guadalupe Amor, Margarita Michelena y Margarita Paz Paredes, así como los modelos literarios que influyeron en “Los Ocho de Ábside,” grupo al que pertenecieron tanto Dolores Castro como Rosario Castellanos: Gabriela Mistral, y Sor Juana Inés de la Cruz. Esta última ejerce una mayor influencia en la escritora de El corazón transfigurado, ya que “el sueño” que observamos en la obra de Castro es un eco, o un homenaje a ese Primero Sueño de Sor Juana. Al cuestionarle sobre los distintos conceptos del “sueño” que emplean ambas escritoras, Luiselli califica que “Sor Juana es más intelectual en su descripción. Emplea imágenes científicas y mitológicas para describir su sueño. Su silva serpentea discursivamente y su relato de ascenso del alma se ondula incesantemente a lo largo de casi mil versos de extensión que presenta su celebérrimo poema…Dolores Castro privilegia otro tipo de imágenes, más cercanas a la subjetividad moderna de los lectores que aquellas derivadas de los personajes mitológicos tan celebrados en las cortes virreinales. El contenido de ambas silvas, sin embargo, es profundamente espiritual.” De esta manera, el estudio que Alessandra Luiselli realiza en su nota introductoria a El corazón transfigurado se convierte en una nueva valorización del poema, donde profundiza en los elementos del sueño, la introspección, la religiosidad, la plenitud del alma, el amor divino, el amor humano, y termina por clasificarlo con una sencilla y muy acertada frase: “el magnífico asombro de la vida interior.” Finalmente, Luiselli cierra la entrevista con un mensaje a las nuevas generaciones que se están formando en la crítica literaria, y que admiran su destacada trayectoria como intelectual y escritora. “Ser mujer académica o ser mujer escritora equivale a querer lograr una identidad todavía difícil de ser aceptada en nuestra sociedad. A la mujer de letras se le exige, tácita o explícitamente, compensar con creces su negativa en cuanto a capitular para aceptar los roles únicos que la sociedad les adjudica: ser esposa, primero, y madre, después. Sin embargo, poco importa el tener que sortear obstáculos y superar críticas: al final la recompensa es el conocimiento y, tal vez, el reconocimiento. Vale la pena luchar por alcanzar lo primero; lo segundo, es un luminoso regalo que nos es entregado después de años de intensa labor e inéditos esfuerzos.” A continuación presentamos a los lectores la entrevista completa con Alessandra Luiselli. ¿Cómo incursionó en el mundo de la literatura? ¿Qué libros la han influenciado a lo largo de su trayectoria literaria?Tuve la suerte de crecer y educarme en un hogar donde la literatura era parte importante de la vida diaria. Por un lado, mi abuela materna, Dolores Figueroa, amaba la poesía. Mis primeros recuerdos incluyen a Doña Lola (como era conocida mi abuela, nacida en Sonora) recitando de memoria a Campoamor, Nervo, Darío, Mistral y a Sor Juana, de ésta última, por alguna secreta razón la encantaban los sonetos de “las encontradas correspondencias” (los dedicados a Silvio y Fabio). Por otro lado, mi madre, Alicia Smithers, amaba la narrativa. A ella la recuerdo leyendo una novela siempre que podía disponer de un rato libre, lo cual no ocurría con la frecuencia deseada por ella pues trabajaba largas horas en una oficina para mantenernos a mis dos hermanos y a mí, dado el abandono paterno, que me abstengo de calificar. Mi madre, educada, culta y siempre dulcemente melancólica, fue quien cultivó mi afición a la literatura regalándome los libros clásicos de infancia y adolescencia, desde los cuentos de los hermanos Grimm hasta las fábulas de Esopo y La Fontaine, pasando claro, por Lewis Carroll, Luisa M. Alcott y Edmondo D´Amicis y llegando hasta Shakespeare, Cervantes y los dramaturgos del Siglo de Oro. Más tarde, durante gran parte de mi adolescencia, me apasionó la literatura francesa dado que cursé la secundaria y la preparatoria en un colegio francés conducido por cultas religiosas. Una vez que ingresé a la UNAM, mi panorama literario se abrió para incluir a autores latinoamericanos. Disfrute enormemente la lectura de los escritores pertenecientes al llamado Boom (Cortázar, Donoso, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes), pero aprendí, sobre todo, a reconocer las aportaciones de las escritoras latinoamericanas, en general, y de las mexicanas, en particular, descubriendo así, además de Sor Juana, a mi autora favorita: Rosario Castellanos. Puedo afirmar, sin lugar a dudas, que fue ella, junto con Sor Juana, la escritora que más ha influenciado mi vida, mucho más que cualquier autor de género masculino. Fue Castellanos, asimismo quien me introdujo al mundo de Simone de Beauvoir, cuyos postulados marcaron mi identidad para siempre. ¡¿Cómo olvidar la sentencia “Una no nace mujer, una se convierte en ello”. En los años ochenta publiqué, en la ciudad de México, mi primera novela Reina de corazones. Era muy joven entonces y mi novela fue un relato típico del género Bildungsroman o novela de crecimiento, pero lo que rescato ahora de esa publicación es que ya desde mi adolescencia sólo podía explicarme el mundo a través de la escritura. Habiendo incursionado en géneros tan distintos como la novela, el cuento y la crítica literaria ¿qué es lo que más apasiona a Alessandra Luiselli? ¿En qué género se siente más cómoda? La crítica literaria me ha permitido lograr algo de suma importancia: no interrumpir nunca mi proceso de aprendizaje. Cada vez que analizo la obra de algún escritor o escritora aprendo muchísimo de la literatura, de la vida, de mí misma, de la escritura, del idioma mismo, a veces tan ineficaz para expresar las vorágines del pensamiento. Ese aprendizaje, por lo tanto, no ha sido tan sólo una mera acumulación de datos académicos sino una honda vivencia personal. Las biografías de los escritores, así como la recepción que sus respectivas obras han gozado o sufrido, me han enseñado a comprender los muy distintos roles que los hombres y las mujeres están destinados a jugar en la sociedad. A las mujeres escritoras siempre les ha sido increíblemente difícil el quedar incluidas en los grandes recuentos literarios, los cuales, como todos los grandes metadiscursos, falsean la realidad, como nos ha enseñado Lyotard, teórico de la postmodernidad. Es por ello que parte de mi labor como crítica literaria se relaciona con el apasionado análisis de las contribuciones de las mujeres escritoras. Escribir narrativa me apasiona, aunque realmente no he tenido la suerte de ser publicada tanto como me habría gustado. Publicar en México nunca es fácil: hay que tener contactos, movilizar palancas... Vivir en los Estados Unidos me ha distanciado del mundo editorial que se atreve a publicar a la mujer que escribe narrativa en español ya que si acaso las publican, la exigencia preambular es ser una autora ya reconocida. No es mi caso, aunque no por ello dejo de escribir. Dejar de hacerlo equivaldría, para mí, a dejar de vivir. Por ello bromeo siempre que mi poética es… la de la espera… En el artículo Gustavo Sainz: La inquisición literaria, usted menciona a Maurice Blanchot y la idea de que “la literatura empieza en el momento en que la literatura es pregunta.” ¿Qué significa para usted la literatura, y cuál es el propósito o función de ésta? Para mí, la literatura es liturgia, es refugio, es una especie de encantamiento que nos hace preguntarnos y tratar de entender cómo podemos poseer una naturaleza humana tan frágil y tan altiva, a la vez. Gustavo Sainz, con quien contraje matrimonio en 1978, me enseñó mucho sobre la dualidad, a veces pesarosa, otras tantas, luminosa, del ser humano y también de la literatura. La literatura es el mecanismo al cual yo recurro ya no para vivir, sino para sobrevivir. Creo que la poesía, la narrativa, el teatro y, desde luego, también el cine, nos permite adentrarnos un poco en la naturaleza humana, tan esquiva, tan misteriosa, tan oculta, como nos lo advirtió no solo Freud sino también su desdichada hija Ana, autora del estudio El yo y los mecanismo de defensa. La función de la literatura es la de recuperar todas aquellas historias que nos permiten asomarnos a los abismos más inciertos de nuestra mente y de nuestro corazón para intentar así sobrepasarlos y tal vez, no llegar a morir en el intento. A veces, simplemente bastan ciertas líneas de un determinado poema. En otras ocasiones, la lectura de una novela es aquello que nos proporciona alguna gozosa revelación. Otras veces es alguna determinada escena de cierta obra teatral o cierta película aquello que nos ilumina con su resplandor. De lo que se trata, en todo caso, es de conocernos mejor a nosotros mismos en tanto que seres humanos, en general, y en mi caso particular, en tanto que mujer. La función de la literatura también es la de permitirnos gozar del lenguaje y de sus luminosidades, disfrutar de sus imantaciones, como tal vez diría Coral Bracho. En muchos de sus ensayos, artículos y conferencias, aparecen como tema de estudio las imágenes de Sor Juana y la Malinche, mujeres emblemáticas y controversiales en la cultura e historia mexicana. ¿Cómo nació su interés por estas mujeres? ¿Por qué decidió estudiar a dos mujeres tan opuestas? Toda identidad está conformada por opuestos. Nadie puede escapar a los binarismos: somos buenos y malos, sencillos y complejos, altivos y humildes, por nombrar tan sólo tres de las múltiples antítesis que nos constituyen. De igual modo, la identidad mexicana, querámoslo o no, seamos conscientes de ello o no, está regida por una trinidad femenina cuyas figuras resultan casi adversarias: la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana. Las dos últimas figuras me interesan profundamente en tanto que escritora y crítica literaria. Malintzin ha sido objeto de numerosos acercamientos, tanto ensayísticos como literarios. Octavio Paz en su ya clásico laberinto ha desarrollado la idea de la Malinche como la figura más condenada y maldecida de la mexicanidad. Heredero de esa mirada, Carlos Fuentes en su obra de teatro “Todos los gatos son pardos” incluye una “Oración de la Malinche” que sobrecoge por su excesiva ferocidad: “Malintzin, Malintzin, Malintzin… Madre nuestra putísima, en el pecado concebida, llena eres de rencor, el demonio es contigo, maldita tú entre todas las mujeres y maldito el fruto de tu vientre…”. Acusada de ser la mujer traidora por excelencia, Rosario Castellanos, sin embargo, propuso en “El eterno femenino” una aproximación no rendetora pero sí menos condenatoria y más comprensiva hacia la Malintzin. Todos esos acercamientos a la figura histórica de la Malinche, los cuales aparentemente resultan adversarios son complementarios, en realidad, y nos conducen a querer saber quién fue en verdad la Malinche. Ocurre lo mismo con Sor Juana. Todos los mexicanos sabemos de ella, su rostro circula entre nuestras manos día a día al estar impreso en nuestros billetes, sin embargo, no la conocemos en verdad. Al igual que con la Malinche, también sobre Juana de Asbaje y Ramírez existen dos narrativas que compiten, adversarias: fue la escritora que finalmente murió como una devota monja o fue la monja que vivió como una intelectual que finalmente fue condenada a callar para siempre. La figura de Sor Juana ejercerá siempre su luminoso hechizo sobre mí ya que representa a la mujer que valerosamente se entregó, en cuerpo y alma, a la escritura, al pensamiento. Sor Juana no conoció la cobardía. Fue osada al anhelar el conocimiento y ningún jerarca, por poderoso que fuera, logró nunca amedrentar su empeño de saber. Amedrentaron su cuerpo, sin duda alguna, obligándola al cilicio y alas mortificaciones de la carne, pero su pensamiento siempre fue osado y libre. Su inclinación al conocimiento y a la escritura fueron y siguen siendo realmente ejemplares. Pero volviendo a tu pregunta de por qué me atraen figuras femeninas tan diversas, respondo que si, como se ha afirmado, los extremos terminan por unirse, la cualidad que haría converger a la Malinche con Sor Juana sería la de una profunda valentía. Usted ha escrito mucho sobre el indigenismo y la época colonial. En su experiencia, ¿cómo han afectado o influenciado estos temas en la búsqueda de identidad del escritor-a latinoamericano-a? ¿Hay alguna diferencia en la manera en que un hombre o una mujer perciben o cuestionan su identidad? Debemos a los trescientos años de vida colonial muchos de los nefastos manierismos que actualmente rigen, de forma muchas veces inconsciente, nuestra conducta: rendir pleitesía al poderoso y al europeo, despreciar a los humildes y a los indígenas, aparentar cortesía ante el adversario, juzgar la decencia o la cordura de una mujer de acuerdo al estatus marital que posee, todas esas pautas de conducta las hemos heredado de la Colonia. Acercarnos a las narrativas coloniales nos permite detectar la violencia implícita en muchas de nuestras más arraigadas costumbres. Los hombres fueron enseñados a valorarse a sí mismos de acuerdo a las posesiones acumuladas, y las mujeres aprendieron a valorarse únicamente en tanto que esposas y madres. En México el pensamiento en la mujer nunca ha sido estimulado, quizá con la única excepción de José Vasconcelos, quien junto con Gabriela Mistral, implementó una serie de publicaciones conocidas como “Lecturas para mujeres” en las cuales se les facilitaban lecturas tanto de filósofos como de historiadores y literatos. El empeñó educativo, sin embargo, no duró mucho y los roles tradicionales para la mujer, esposas y madres, volvieron a serles asignados, omitiendo la educación y el pensamiento crítico. Carlos Monsiváis declaró alguna vez que había que escapar de las cárceles identitarias impuestas por la sociedad. Cárceles de las cuales supieron evadirse tanto Sor Juana como Rosario Castellanos; es cierto que ambas pagaron con la vida su atrevimiento, pero la puerta que abrieron para las mujeres pensantes nunca más habrá de cerrarse. Hay que empujar para abrir esa puerta, sí, y empujar con fuerza, pero puede hacerse, y de hecho, todas las mujeres que deseamos otra alternativa de vida, u “otro modo de ser” como dijo alguna vez Rosario Castellanos, logramos abrirla al dedicarnos profesionalmente a pensar y escribir. Siguiendo con el tema del indigenismo, ¿qué la llevó a publicar Instrucción del Inca don Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui? Elena Poniatowska lo describe como un documento que “conmueve, espanta, e indigna en una misma respiración,” ¿cómo le impactó a usted esta historia o, más bien, testimonio sobre la conquista Inca, conociendo el abuso y la violencia perpetrada desde la visión de “los vencidos”? Las narrativas coloniales siempre producen esa misma reacción que describió tan acertadamente Elena Poniatowska. Conocer los horrores de la conquista y colonización del continente americano y de las Antillas no puede menos que causarnos espanto y, a la vez, conmovernos profundamente. Encontré un día (recorriendo los estantes de la biblioteca de Columbia University, en Nueva York, ciudad en la que viví por cinco años), la narración del penúltimo gobernante inca. En México no se conocía esa relación por no haberse publicado nunca. Pensé, al leerla, lo valioso que resultaba ese testimonio sobre las trampas de los “hombres barbados y blancos” que asolaron con infinita codicia la totalidad del continente americano. La dignidad del inca Titu Cusi Yupanqui, su injusto cautiverio, me hicieron recordar a Moctezuma. Del emperador azteca no poseemos documento alguno que haya recogido ni su voz ni sus supuestas vacilaciones y melancolía ante la violencia de la conquista. Encontré que el relato de Yupanqui podía ser, de alguna manera, paradigmático en su profundo dolor y en su no menos poderosa dignidad humana. Alessandra Luiselli es un nombre muy conocido y respetado en el mundo de la crítica. ¿Qué dificultades ha encontrado al defender la postura de la mujer en un mundo donde siguen vigentes las ideas patriarcales? El tema de la vigencia de posturas patriarcales en nuestros días debería ser un tema obsoleto; desafortunadamente, sigue teniendo vigencia plena. Mi experiencia como académica en los Estados Unidos incluye, por ejemplo, el que estudiantes graduados de género masculino, especialmente los que llegan a este país provenientes de algún país latinoamericano o caribeño, no se interesen por las autoras, a las cuales, por lo general, las consideran de muchísimo menos importancia que los escritores. Todavía estoy por conocer al estudiante graduado de género masculino que se decida a escribir una tesis sobre alguna autora latinoamericana. Asímismo, me he topado con siniestros administradores universitarios que exigen muchísimo más rendimiento de una catedrática que de un profesor para conceder promociones académicas y aumentos salariales. Y en México, alguna vez tuve la inolvidable experiencia de tratar con un editor de una reconocida editorial que, entre risas, me dijo estaba harto de publicar a “la viejería”, agrupando bajo tan soez vocablo las publicaciones de las mujeres escritoras. Y finalmente, en mi vida personal, a veces he sido duramente criticada por mi irrenunciable independencia. Mis hijos, sin embargo, Marcio y Claudio Sainz, nacidos de mi matrimonio con el novelista mexicano Gustavo Sainz, jamás me han enjuiciado. Su comprensión y su amor me acompañan en todo momento y son mi fortuna. ¿Ve alguna diferencia en la crítica feminista que se hace en Estados Unidos y la que se hace en México? En términos generales, la crítica feminista en los Estado Unidos recurre a una discursividad mucho más compleja de la que se maneja en México. Las feministas anglosajonas mantienen un diálogo contante con las europeas, particularmente con las feministas francesas. Ese diálogo a veces resulta en posiciones adversarias. Los niveles de abstracción a los que pueden llegar las teóricas anglosajonas en sus conceptualizaciones son muy altos, pero son ellas quienes nos han enseñado a entender que todo discurso está inevitablemente determinado por la compleja intersección de raza, género, clase social y momento histórico. Siguiendo las preguntas sobre el discurso patriarcal, me gustaría hablar del artículo que escribió sobre Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez. Al hablar de una contrafirma de género femenino, ¿qué es lo que realmente propone? ¿Que sean las mujeres las que retomen esa voz silenciada por el abuso y la violencia o es un mensaje para el crítico (hombre), para que se enfrente a la no tan “maravillosa” realidad que aparece en la obra de García Márquez? En efecto, el concepto de una contrafirma femenina proviene de la ensayista australiana Elizabeth Grosz, quien propone que toda firma de autor bien puede ser balanceada por la contrafirma de sus lectoras. Esa contrafirma puede incluir, por ejemplo, la desautorización de posturas patriarcales disfrazadas o disimuladas como literatura. La novela corta Memorias de mis putas tristes de Gabriel García Márquez (al igual que ciertas páginas de sus obras más consagradas como El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad), incluyen relatos de asaltos sexuales a niñas como la pequeña puta triste de su última novela, una especie de cándida, siempre trágica, Eréndira. Solamente estando bajo la anestesia del más poderoso patriarcalismo pueden tales relatos no ser cuestionados desde la ética. El prestigio del autor colombiano, su celebrado “realismo mágico” que trasmuta la realidad, ha impedido que algunas de sus páginas sean valoradas éticamente. Mi contrafirma a Memorias de mis putas tristes, a través del ensayo que publiqué en el número 32 de la revista Espéculo de la Universidad Complutense, denuncia la pederastia en la cual se inscriben, sin reparo ético alguno, muchas de las páginas del nunca cuestionado autor que tal vez llegue a ser el último de los patriarcas de la literatura latinaomericana. ¿Usted cree que un texto de discursiva patriarcal y temática pederasta y de incesto, como la que se observa en la obra anteriormente señalada de García Márquez (y en otras obras clásicas), sirvan para crear conciencia social o, al contrario, para condonar los maltratos y abusos perpetrados por hombres a mujeres y niñas en nombre del “amor”? Creo que las novelas de García Márquez que exaltan a personajes pederastas (ni siquiera Aureliano Buendía se escapa de ello al conocer a la bella Remedios, de nueve años de edad) no pretenden crear conciencia social ninguna. Esos relatos, así estén firmados por el ganador del Premio Nobel de Literatura, simplemente refuerzan prácticas de conducta inaceptables desde una perspectiva ética, pero que de alguna manera son inconscientemente aceptadas en sociedades patriarcales donde el abuso sexual a niñas menores de edad es una práctica común, aunque disimulada. El abuso sexual a menores de edad es un hecho no por secreto u oculto menos generalizado. Foucault desarrolla de manera brillante algunos aspectos de esa patología social y familiar en varios de sus ensayos. Hay que dar voz a las víctimas, nos ha enseñado Elena Poniatowska. Sin embargo, pocos son los teóricos o los intelectuales que retoman el punto de vista de los menores de edad que han sido abusados sexualmente. La Lolita de Valdimir Nabokov nunca gozó del derecho de hablar y expresar su infinito asco ante el brutal asalto del untuoso narrador. Valerosas mujeres periodistas como Lydia Cacho son la excepción a esa norma social de silencio, disimulo y ocultación. Ha llegado el momento en que las mujeres dejen de ser aliadas de los “gober preciosos” y de los pederastas (ya sea mediante el silencio, la negación como mecanismo de defensa, o la exaltación de autores que recrean en su prosa el asalto sexual a menores de edad), Ahora me gustaría preguntarle sobre la obra de Dolores Castro. ¿Le parece que su poesía ha sido importante en el panorama de las letras mexicanas? Dolores Castro ha ocupado siempre un lugar destacado en las letras mexicanas. Ese lugar, de alguna manera se vio ensombrecido debido, tal vez, al resplandor de su compañera de generación, Rosario Castellano; sin embargo, el paso del tiempo logra siempre reorganizar los panoramas literarios, replanteando las perspectivas críticas. No tengo duda alguna que Dolores Castro será una poeta muy reconocida en el siglo veintiuno. Usted escribió la introducción a la reciente edición bilingüe de El corazón transfigurado ¿Qué diferencia encuentra entre su visión crítica del texto y la de Efrén Hernández de hace tantos años?, ¿Por qué cree usted que la obra de Dolores Castro no había sido traducida al inglés? La principal diferencia entre el texto de Efrén Hernández y el mío es que yo no enjuicio la sensibilidad de Dolores Castro, la analizo. He procurado, además, contextualizar detalladamente la escritura de su logrado primer poema dándole la debida importancia a las precursoras que fueron los modelos literarios de la generación a la cual pertenecieron tanto Dolores Castro como Rosario Castellanos, colaboradoras ambas de la Revista Ábside que dirigían los hermanos Méndez Plancarte: Gabriela Mistral y Sor Juana Inés de la Cruz. Mi ensayo, además, se aproxima tanto al poema como a la autora con sumo respeto, intentando guiar al lector a través de un texto tan bello como complejo. Me parece que el prólogo escrito por Efrén Hernández a El corazón transfigurado fue más un comentario personal y masculino, escrito en un español excesivamente gongorino, que un estudio. Y para responder a la siguiente parte de su pregunta, Dolores Castro nunca había sido antes traducida al inglés debido, tal vez, al negligente desconocimiento o desatención a su obra. La edición de Elvia Ardalani posee, por ello mismo, suma importancia. Creo que para Dolores Castro habrá un antes y un después en relación a la traducción al inglés de El corazón transfigurado que Ardalani jubilosamente presenta. El hecho hay que celebrarlo y otorgarle el gran reconocimiento que merecen tanto Dolores Castro como Elvia Ardalani. Antonio Castro Leal describe El corazón transfigurado como una poesía que “vive de las iluminaciones del espíritu.” ¿Cómo describiría usted la poesía de El corazón transfigurado en una oración? Intenté definir sinópticamente el poema a través del título que di a mi ensayo introductorio: toda la eternidad aposentada; frase que, en realidad, inscribe la propia Dolores Castro en su poema. Usted establece que existe un “religioso monólogo respecto al amor” en El corazón transfigurado. ¿Cómo se interpreta este amor, a Dios, al espíritu, o amor de pareja? Creo que el amor, no el enamoramiento, es sagrado en cualquiera de sus formas. Ya será tarea de cada lector decidir si el amor descrito en la silva de Dolores Castro es uno de orden divino o bien humano. Agrego que, algunas veces, tal vez incluso enfatizo que en muy contadas ocasiones, el amor humano asciende y logra alcanzar ese reino donde reside el esplendor de la divinidad. Se observa una marcada influencia de Sor Juana en el poema de Dolores Castro, ¿cuál es la diferencia en el “sueño” de Sor Juana y en el “sueño” que Dolores Castro nos presenta en El corazón transfigurado? Sor Juana es más intelectual en su descripción. Emplea imágenes científicas y mitológicas para describir su sueño. Su silva serpentea discursivamente y su relato de ascenso del alma se ondula incesantemente a lo largo de casi mil versos de extensión que presenta su celebérrimo poema. Dolores Castro escribe una silva menos extensa y prescinde de los recursos discursivos empleados por Sor Juana en sus imágenes. Dolores Castro privilegia otro tipo de imágenes, más cercanas a la subjetividad moderna de los lectores que aquellas derivadas de los personajes mitológicos tan celebrados en las cortes virreinales. El contenido de ambas silvas, sin embargo, es profundamente espiritual. Las nuevas generaciones que nos estamos formando en el campo de la crítica literaria admiramos mucho su labor como crítica y escritora. Su obra es fundamental en nuestras letras. ¿Hay algo que le gustaría decir a su amplio público lector? Solamente me resta agradecerte, Mónica, tu gentil entrevista y tu generoso reconocimiento de mi trayectoria. Lo único que me gustaría añadir es que ser mujer académica o ser mujer escritora equivale a querer lograr una identidad todavía difícil de ser aceptada en nuestra sociedad. A la mujer de letras se le exige, tácita o explícitamente, compensar con creces su negativa en cuanto a capitular para aceptar los roles únicos que la sociedad les adjudica: ser esposa, primero, y madre, después. Sin embargo, poco importa el tener que sortear obstáculos y superar críticas: al final la recompensa es el conocimiento y, tal vez, el re-conocimiento. Vale la pena luchar por alcanzar lo primero; lo segundo, es un luminoso regalo que nos es entregado después de años de intensa labor e inéditos esfuerzos. Gracias. Muchas Gracias
4 Comments
Jennifer Aranda
4/22/2015 05:31:53 am
Me gusta ver Tanta mujer Mexicana con tanto talento. Me gusta saber que aunque fueron Madres tambien pudieron sera mujeres enprendedoras. Me gusta que cada una déjà la legecia y Sean famosas por sus logras. Tambien me encanta saber mas de ellas Como Dolores. Me gustaria saber mas de cada una y saber Como comenzaron.
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Karime Flores
5/6/2016 09:59:03 pm
La pasión por la poesía necesita permanecer. Pienso que hoy en día se a perdido mucho. Esto es a causa de varios factores diferentes. Que no es malo, pero se necesita conserva el modo apropiado de escribir, leer y comunicarse. Necesitamos personas como Alessandra que contagie su amor por la literatura!
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Carmen Delgado
10/9/2018 08:20:36 am
Hace varios años leí su novela "Reina de Corazones y fue así como me convertí en mujer, y me enamore por completo del libro el cual perdí alguien sabe donde lo puedo conseguir?
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