"El lenguaje Me parecía la única forma de fijar lo efímero, de nombrar la ausencia": Sara Uribe5/8/2015 ![]() Les presentamos una entrevista con la poeta mexicana Sara Uribe, cuya obra I Never Wanted to Stop Time/Yo Nunca Quise Detener el Tiempo, acaba de ser publicada por esta casa editorial. Sara, ¿En qué momento descubres que eres escritora? Lo de ser escritora ha sido más una construcción que un descubrimiento. Entre mis tempranas lecturas hubo muchos autores entrañables, a todos transcribí en pequeños cuadernos y en hojas de rotafolio que pegaba en las paredes, a todos quise imitar de inmediato. Pero fue la llegada de Crónica de la intervención, el entrecruzamiento de la escritura de Juan García Ponce y la orfandad de mi adolescencia desfasada, lo que, en el último año de bachillerato, me hizo llegar a la conclusión de que lo que yo en realidad quería hacer con mi vida era dedicarla a intentar escribir como ese hombre lo había hecho. El lenguaje me parecía entonces la única forma de fijar lo efímero, de nombrar la ausencia, de convocar todo lo perdido. En la ficción de lo narrativo eran posibles todos los mundos, en el discurso poético cabían todos los sujetos líricos: la escritura fue entonces también mi pasaporte para poder ser todas esas otras que yo quería ser. Porque después de todo lo leído, lo cierto es que la realidad no me bastaba. Abracé dicha empresa a los dieciséis y me tomó una década transitar el periplo que me llevaría a publicar mi libro justo a los veintiséis. Pero incluso tras ese primer libro que venía de la mano de mi primer premio literario, y aún durante varios años más, me siguió costando mucho trabajo asumirme como escritora. En todo caso, la construcción de mi escritura durante los últimos cinco años ha sido decisiva para finalmente, tras todo ese recorrido, visualizarme como una escritora, una escritora que se piensa a sí misma en términos de una casa en continua edificación: obra negra antes que piso firme. ¿Te inclinaste desde el principio por la poesía? Mi primer ejercicio escritural fue la transcripción de narrativa y poesía. Lo que siguió fue la redacción de incipientes cuentos de detectives y breves poemas confeccionados a partir de la imitación del estilo del poeta en turno que estuviese leyendo. En esa primera época yo estaba convencida de que lo mío, lo mío, era la narrativa; sin embargo, y de manera subrepticia, la poesía fue ganando terreno de manera irremediable. Creo, por otra parte, que ese inicial deseo por la prosa, por lo narrativo de la prosa, aún subsiste de alguna forma y se deja ver de alguna suerte en mi poesía. ¿Cómo fueron tus primeros pasos en el oficio? El primer paso para hacer formalmente de la escritura un oficio lo di al ingresar a un par de talleres literarios cuando tenía veintidós años. Hasta entonces lo poco que había escrito estaba hecho sin disciplina, sistematicidad, ni rigor alguno. A este respecto debo decir que me defino como una persona más bien del tipo kantiano que necesita guardar todo en pequeñas cajas, así que el aprendizaje de la retórica como rito iniciático fue un buen comienzo para mí. Pasé dos años de formación en dichos talleres y después de eso lo mejor que me pudo pasar fue que quien los dirigía me corriera de ambos. El taller puede ser a veces una zona de confort muy perniciosa. En mi caso, la salida de ese entorno me impulsó a buscar y a conocer otros escenarios y territorios por mano propia. Así que, a falta de editoriales locales donde pudiese publicar mis poemas, busqué fuera de mi ciudad y de mi estado aquellos premios literarios que ofertaban la edición de la obra ganadora. Fue así como ocurrió la aparición de mi primer libro y con ello la apertura, la visibilidad de una brecha para ir trazando derroteros en torno al ejercicio profesional de la escritura. ¿Cómo ha ido evolucionando tu poesía a partir de tus primeros libros? Mis primeros tres libros publicados: Lo que no imaginas, Palabras más palabras menos y Nunca quise detener el tiempo, fueron escritos bajo una poética y una metodología creativa muy similar. Todos ellos son líricos, todos ellos catárticos. Los tres fueron escritos con la intención de expresar sentimientos y maneras de configurar el mundo mediante la construcción de belleza a partir del lenguaje. En todos ellos está latente la búsqueda de una voz propia, la voluntad por limar y limar el lenguaje hasta dejarlo prístino. La idea de la pureza del decir, la noción de originalidad y el sustrato de una autoría romántica los definen. Lo que sigue a estos tres es una plaquette llamada Goliat, un intento fallido por hibridar lo narrativo y lo poético. Digo fallido y luego pienso que no del todo. Pienso que cada libro ha sido siempre un tramo insoslayable del viaje. Pasó que me di cuenta que era demasiado fácil escribir como venía haciéndolo: aquello era una fórmula que sólo había qué repetir. Me faltaba algo y no sabía qué ni cómo conseguirlo. Era 2007 y me fui a negros casi dos años. Regresé a la escritura hasta 2009, luego de conocer y explorar técnicas de escritura documental en un taller con Cristina Rivera Garza. Fue en esa época y bajo ese hilo discursivo que empecé a escribir los primeros poemas de lo que sería Siam (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012), un libro escrito a partir de cartas, bibliografía y reglamentos de box, así como una suerte de registros documentales sobre los siameses Eng y Chang. Luego, de súbito, casi casi como un relámpago, está Magnitud/e (Los gusanos de la nada, 2012), una plaquette escrita a cuatro manos con Marco Antonio Huerta y traducida por John Pluecker, consistente en un ejercicio de apropiación radical que reúne los magnicidios más relevantes de las últimas décadas en nuestro país, al tiempo que hila esta cronología con un discurrir, a veces científico, a veces periodístico, sobre las moscas como sujetos de estudio. Después vendrían Antígona González (Surplus, 2da edición, 2014), Dispositivos y Autopartes (ambos inéditos), una triada de escrituras en las que recurrí, en primera instancia, a la experimentación de estrategias de escritura conceptual (apropiación, reescritura, yuxtaposición, borradura, adición). Se trataba, en todo caso, de una escritura alegórica que deseaba, por una parte, tomar capas de sentido de un contexto para replantearlos en otro y, de manera sincrónica, abordar coyunturas urgentes vinculadas al ejercicio del poder en nuestro país como son la violencia, el cuerpo y el lenguaje. La aparición en mi horizonte de comprensión de la escritura conceptual y, tiempo después, de las necroescrituras y las poéticas de la desapropiación, cimbraron mi poética y la volcaron hacia el laboratorio escritural que intento construir hoy día. Todas las nociones de originalidad, pureza, individualidad y autoría han sido trastocadas y aunque actualmente estoy escribiendo un proyecto lírico, esta lírica ya no es la de entonces. Ha sido filtrada por un tamiz que la ha dejado otra, una que todavía no tiene nombre para mí, pero que definitivamente ha establecido una distancia con aquella de la que partí. ¿Quiénes han sido tus grandes influencias literarias? Antes que hablar de influencias literarias, preferiría mencionar a los escritores con los que actualmente intento dialogar a través de sus escrituras: Cristina Rivera Garza, María Negroni, Anne Carson, Josefina Ludmer, Vanessa Place, Ileana Diéguez, Chantall Maillard, Juliana Spahr, Sophie Calle, Rae Armantrout, Alan Kaprow, Ulises Carrión, José Kozer, Leónidas Lamborghini, Agustín Fernández Mallo, Antoine Volodine, Franco Berardi Bifo, Eugenio Tiselli y David Markson. ¿Cómo y hace cuánto surge Nunca quise detener el tiempo? Escribí este libro hace diez años durante la primera mitad de 2005. La estructura que me viene a la cabeza para tratar de describirlo es la de un diagrama de Venn. Cada sección es un círculo y todos ellos se intersectan en un punto: la ausencia. La primera parte del libro que escribí es la que se refiere a la muerte de mi madre, una suerte de conversación con Oscura palabra, un poema que José Carlos Becerra dedica a sus hermanas y en el que justamente habla sobre la muerte de su madre. Nunca quise detener el tiempo surgió en torno a las muchas ausencias que había en mi vida entonces y con las que deseaba construir un discurso. Un discurso que me permitiera, muy garciaponcescamente, hacer presente lo ausente, fabricar una nostalgia en cuya herida estuviera vivo lo invisible: lo ido. Este libro es todo pérdida, un cantarle a lo que se ha marchado sabiendo a cabalidad lo imposible de su retorno. De ahí el título, que es, en todo caso, una mentira. ¿En qué se distingue este libro de otros poemarios tuyos? Creo que lo que lo distingue a este libro es que en él apareció por primera vez en mi escritura algo que no estaba directamente vinculado a mis emociones o con la expresión de mi interioridad. Escribir por escribir, la última sección del libro, es un ejercicio de escritura a partir de las escrituras de otros. En 2004 había leído un par de antologías que reunían, por separado, una compilación de los trabajos más sobresalientes de los y las poetas de Tamaulipas. Puedo incluso recordar claramente cuándo fue el momento en que se me ocurrió que podía escribir poemas a partir de citas o fragmentos de la poesía de todos esos otros que habían escrito antes que yo en ese territorio pegado al mar (por entonces vivía en el puerto de Tampico). Los sábados de las mañanas de esa época de mi vida los pasaba bebiendo café en un restaurante cuyos ventanales daban a un paseo comercial y me hacían experimentar la sensación de estar dentro de una pecera. Fue en ese lugar, leyendo una de las antologías que pensé que sería interesante intentar escribir basándome o usando como pre-texto los textos de todos esos que ya antes habían escrito. No me cuestioné mucho ni visualicé entonces esa estrategia como un rasgo distintivo de dicho libro (mis decisiones estéticas eran más intuitivas que explícitas), simplemente lo hice. ¿Tiene este libro un lugar especial en tu trayectoria? Con este libro gané mi segundo premio nacional de poesía y ese hecho, en muchos sentidos, consolidó el inicio de mi carrera literaria. ¿Es este tu primer libro que ha sido traducido al inglés? Sí, es el primero y me emociona muchísimo su aparición. Ahora estoy también feliz porque estamos en pleno proceso de traducción de mi libro Antígona González, a manos del poeta y traductor John Pluecker. ¿Has incursionado en otro género aparte del poético? He incursionado de manera bastante irregular en el ensayo. Es un género que deseo explorar más seriamente, sobre todo hibridándolo o vinculándolo a la poesía. ¿Cómo ves el panorama de la poesía en México? La poesía no va, como la risa, por barrios y provincias, cito. Con esto quiero decir que a pesar de todos los esfuerzos por formar público, me parece que la poesía en México sigue siendo, las más de las veces, cosa de poetas. Personalmente me ha tocado asistir a encuentros cuyo único público son los mismos poetas participantes y es un poco triste que sea así. Una joven poeta me contaba que recientemente había estado en Argentina y había asistido a recitales masivos de poesía. Me hablaba de doscientas o trescientas personas reunidas en una plaza hasta la madrugada para escuchar a un poeta tras otro. Casi no lo podía creer. ¿Qué nos está faltando para que la poesía salga del coto de lo literario de los poetas? ¿Cómo ves la labor artística de los poetas en México? En correlato a mi anterior respuesta debo decir que, por otra parte, hay mucha vida en torno a los poetas. Cada día me entero de nuevos encuentros, revistas, lecturas, presentaciones de libros, talleres, antologías. Me sorprende gratamente, sobre todo, la absoluta vitalidad de los poetas jóvenes (los jóvenes más jóvenes o, para decirlo más específicamente, los menores de treinta años) de todo el país. Me entero, por ejemplo, que hace apenas unos días se realizó el primer slam poético en mi ciudad natal, Querétaro. Me encanta la idea de que haya jóvenes poetas mexicanos haciendo hangouts y proyectos literarios con colegas de otros países de habla hispana. Me parece importantísimo que se estén efectuando lecturas y otras acciones poéticas cuya finalidad sea forjar una memoria no oficial de nuestros muertos. Me parece indispensable la poesía como una forma de resistencia, como una forma de inclusión del otro, de todo lo otro. ¿Qué les aconsejas a los escritores jóvenes que van empezando? Que se cuestionen. Que pongan todo a temblar: la originalidad, la autoría, la construcción de una “voz propia”, la tradición, los soportes y las estrategias escriturales del panorama contemporáneo. Que hagan arder su propia poética. Que deconstruyan.
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October 2021
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