El presente texto se publicó originalmente en A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (Rogelio Guedea y Jaier Cortés, compiladores. Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2005) . Su autor actualizó sus apuestas sobre la poesía de Jalisco, pero el resto del texto se ha mantenido intacto. CARTAS DE NAVEGACIÓN PARA UNA CIUDAD TERRESTRE por Luis Armenta Malpica 1. Ascendencia Nadie habita una ciudad como Guadalajara sin confundirse en otra, más íntima y oscura: la remota ciudad de la poesía. Ese primer infarto con una geografía adoptada, contra mi voluntad y sin temor alguno, fue en el setenta y cinco, ya del siglo pasado. Pero con la palabra, con esa ciudadela en la ciudad, asombro casi tan milagroso como el canto, fue en el ochenta y nueve. «Sitiado en mi epidermis» -como dice José- «por la polvosa calzada» -como dijo María- escribí como un hijo una primera carta: Voluntad de la luz, hace 16 años. Yo venía del ballet, de expresar con el cuerpo la emoción y mis dudas. Entonces me di cuenta que el cuaderno servía para lo mismo, que una revelación y alguna rebeldía siempre le vienen bien a la palabra y el cuerpo escritural estaba allí, latente, esperando por un disección más minuciosa. En la necesidad de explicarme estuvo el germen, pues mi familia lee, pero nunca convoca a las palabras por detrás de sus ojos. Mi padre puso a mi alcance tantos libros de viajes (Salgari, Verne y Swift) y de cuentos (de la Biblia a Andersen y Perrault), que la poesía fue una magia que quise recorrer con todo el cuerpo. Esto fue de pequeño, porque en la adolescencia y juventud leí más de filosofía que de literatura. Pero jugué futbol, tuve un grupo de teatro e hice muchos amigos. El cambio del df a esta ciudad me hizo buscar en la expresión artística mi propia vocación de ser humano. Yo era un joven con la diversidad al descubierto y sin un sitio cómodo en el mundo. Imaginen a ese Lobo estepario, a ese fiel Barrabás que no tenía un cuaderno (sino un cuerpo) para lograr su escape. Mi círculo de fuga fue la escuela de escritores. Allí encontré una forma de padecer (los cuentos) y de gozar (los poemas) que antes desconociera. Y en la lista de textos por leer confronté mi ignorancia. Allí tuve bastantes profesores y una sola maestra. De Patricia Medina aprendí a desconfiar de los cotos literarios, de la fama gratuita y la academia, y a hacerme de enemigos. Me ha dejado un legado impresionante de enseñanzas morales y ella me rescató para el poema, porque vio el estelión que yo guardaba. Patricia besó al sapo. Desde entonces no hay infelicidad que permanezca en mí por mucho tiempo. Me acercó a quienes hoy protegen mi escritura: Sor Juana y Garcilaso, López Velarde, Montejo, Lorca, Paz, Borges, Vallejo, Neruda, Becerra, Diego, Orozco, Sabines, Cardenal y Los Contemporáneos. Entonces, ya feliz, seguía siendo un rebelde y leí por mi cuenta a Whitman, Eliot, Aleixandre, Blaga, Saint John-Perse, Melville, Manrique, Rumi, Merwin, Pessoa, Khayâm, Cernuda, Biedma, Amijái, Jabès, Valéry, Juarroz, Porchia, Catulo, Petrarca, Dante, Cavafis, Seferis, Elitis, Seifert, Pavese, Montale, Celan, Walcott, Bonnefoy, Ajmátova, Svetaieva, Symborska, Ungaretti, Rojas, Zurita, Viel Temperley o León Felipe, y entre los mexicanos vivos: Chumacero, Lizalde, Hernández, Huerta, Bracho, Aguilar Mora, Casar, Quirarte, Esquinca, Camarillo... cada vez más lejano del dolor, pero siempre en familia. Hice un pacto de oficio. Si yo iba a ser poeta, sería tan bueno como quienes me gustan. Pacté una fe mayor: no me comportaría como los enemigos de Patricia: no haría trucos, mafias o componendas; tampoco viviría del presupuesto. Descuido la inmediatez, la fama, los reflectores, y aborrezco el apalancamiento con costo intelectual, sexual o de principios. Solo vivo el poema que me retrata entero, sin sombras ni artilugios. El poema de vida y no de trascendencia. En el noventa y dos, en una serie de poemas de la estación de invierno que cerró un Calendario de palabras, consigné entre la nieve de la página: «mi corazón es la ciudad más grande que conozco». Y era cierta La pureza inaugural. No vivía la ciudad, porque ignoraba, casi completamente, lo que los tapatíos escribían sobre Guadalajara. Calendario de palabras fue mi inicio, violento y violentado, como editor y poeta. Supe entonces lo que eran las capillas que esta ciudad tenía, pero supe también que yo era ateo. No para Dios, lo aclaro, porque Dios me ha aclarado todo el tiempo. Ateo para un poder que persiga y destruya lo que no está en sus manos. Entonces, ascético y poeta, me sentí un exiliado en mi propia ciudad. Y regresé a los poetas que ven la tradición como algo nuevo, a los que se encadenan tiernamente a otras lecturas. Las vanguardias son un experimento divertido que me deja rutas interesantes para mirar el poema, pero conmigo gana la emoción inteligente, la reflexión erótica y no las formas puras. No busco conocer a los autores, pero sí los recursos que manejan. Porque en este país los poetas que conozco son más decepcionantes que sus obras, así que la distancia ha sido sana; a fin de cuentas un lector ve las letras, no la mano que esconden. En cambio con la vida de los muertos me llevo estupendamente Ya nadie tira piedras, pero jamás influye para valuar sus obras. Fue hasta el noventa y seis, con esa Voluntad que me caracteriza, que entré con manos llenas en la Guadalajara de la literatura (aunque vivo muy cerca: en Tlaquepaque). “Ciudad de mar interno” da cuenta de estos hechos. No tengo otro poema que lo diga mejor, porque solo aparece la ciudad (una «ciudad de pantalones cortos» como se lee en Cantara) en otros cuantos textos. Será porque me duele la ciudad de tantos escritores y tan pocos amigos... Será que la poesía no ha sido suficiente para todos... Será que no reconocemos las voces fundadoras, las voces femeninas, por ese atroz machismo que a veces prostituye y a veces nos enferma. Así que he ido forjando, para mis propios ojos, una ciudad marina: le digo «Acuarimántima» como decir Atlántida, corazón o futuro. Cantara, Terramar, Mundo Nuevo, mar siguiente, esta ciudad pacífica tiene un corazón fuerte y muy grandes carencias. No tiene gobernantes, por ejemplo. Tampoco tiene un Fonca que la apoye sin perversión alguna. Será que la experiencia de la ciudad terrestre me ha dicho que es mejor hacer los poemas solos que esperar las muletas o al hombre que te empuje... Será que, a pan y circo, los tiranos olvidan la memoria y la imaginería. Será que a la ciudad terrestre le estorban los marinos, porque son más amantes, amados y son hombres. Soy hijo de José (cuando este es Gorostiza), pero no de María (cuando ella es Enriqueta). Por lo tanto no ha sido un sacrificio hacer poemas. Al contrario, se han llenado de baile, de música, del drama de las óperas que escucho cuando escribo, de la alegría de estar con mi pareja y de seguir haciéndome preguntas sobre la evolución. En mis textos conviven Platón, Darwin, Umberto Eco, con Teilhard de Chardin y hasta Alberto Constante. Los cuatro evangelistas con Lyotard y con Giordano Bruno. No he colgado mis ojos de una cruz, ni siquiera de la Sombra del cielo que arde, porque creo en las palabras y estas no me abandonan. Forman un cuerpo aparte: serpiente que se muerde la cola y que muda de piel por estaciones. Que acosa y se agazapa algunas veces, pero siempre está en casa y se alimenta sola con la luz de los días. Surge de la serpiente que he leído por años, así que no la creo, ni la ha creado el azar, sino mis movimientos. Es la sombra a la que solo pulo sus escamas, pero a quien dejo intactos los colmillos. El réspede que no deja de abrirse camino en otras víboras y cuya piel final no está acabada nunca, porque yo sigo en casa. Vivo en Guadalajara y muy contento. Y a veces he pensado que a esta ciudad le agradan los poetas. 2. Paréntesis Cuando llegué a la ciudad no tuve guía. Yo me hice ciudadano en el camino, al recorrer sus frases, sus largas y pesadas oraciones, las blancas escaleras de sus páginas. Igual en el poema. Cuando tuve una piedra entre mis dedos y la pegué con otra, con el lodo absoluto de la interrogación y la sorpresa. Y luego de esos muros tuve calles y libros que me han dado un destino, ahora sí voluntario. Es por Guadalajara que soy un ensayista capaz de criticar lo que me gusta y sentirme atraído por lo que yo rechazo. Soy un hombre que está en Guadalajara porque aquí me contemplo como un hombre. Esta ciudad lo admite y lo confirma el poema. En el ceremonial del mundo me ha tocado un papel fundamental: cantarle al hombre. Sin imagen, sin metáfora, sin alegoría esta ciudad podría despoetizarse. Por eso en el misterio, en el secreto, en la callada intimidad de la poesía existe una amenaza: el poema renace cuando se le destruye con Vino de mujer; en la Ebriedad de Dios se da la Nombradía. Los gobernantes piensan que la ciudad renace cuando ellos la destruyen. Les falta a los tiranos el goce de su reino, la propia impugnación de sus palabras. Un compromiso de alma con quienes consideran la ciudad como un corazón grande, no una transnacional de su familia o un mini-Vaticano. El exilio de la palabra Guadalajara en mis poemas puede ser por un destino étnico (soy un atlante), un accidente histórico (nací en el milicero) o vocación (soy poeta). La peregrinación de mi alma por la tierra y el mar no es otra cosa que la búsqueda del cielo prometido: la idea del ascenso, el encuentro con Dios. Y no es por ignorancia ni por sabiduría: es por una mirada indagatoria que me mantiene en vilo y respirando. Yo creo en la ciudad de la poesía. En el país de la palabra. En el mundo del libro. No concibo más espacio geográfico que la mente del hombre, el corazón del hombre, su piel y la naturaleza. Lo que no conocemos también es universo que tiene sus ciudades invisibles. Para ver la ciudad tengo la luz -más voluntad que nunca-y eso me basta para mirar adentro de los sueños inclusive. Y por eso persigo hasta la Última luz, esa Luz de los otros. 3. Descendencia La luz no está en el poema, pero hace que un lector se reconozca y mire lo que muestro. Es una dotación de inmediatez y de empatía, quizá un traslumbramiento de gran complicidad con lo que creo. Mis poemas son un quinqué (no un foco) de aceite sin aroma para el lector nocturno. Alguna veladora para el altar de Dios. La hoguera en que se miran los amantes. No son la luz tampoco, pero la hacen posible. Viene del agua a veces. O del viento o de un generador que llamo corazón y nunca cesa de hablar en su voltaje. La luz está detrás de mis palabras, como una sombra sigue (modesta y fidelísima) a mi cuerpo que baila bajo otro sol mayor. Dice Patricia Medina que sus padres de tanto darse la encontraron. Creo que sucede de un modo parecido con el poema. Cuando el poeta se da con todo (contra la puerta, contra la ciudad, se da a Dios, al hombre, al alto trino verde de los árboles), es inevitable que surja una chispa, una luz, que a veces es un fuego y en ocasiones humo. Pero que tuvo luz en un instante. Ese instante es el poema. En cambio, se gestan las palabras, organismos autónomos, de nervios y de huesos, de sangre coloidal, delicuescente. Pero el poema no nace, no crece, menos se reproduce o agoniza. El poema, igual que Dios, es todo el tiempo él mismo. La poesía me ha dado lo que soy. Ni más ni menos. Y en el menos están la música, el amor, la danza, los olvidos... La poesía lo que hace es rescatarme cada noche, no rescatar el día. Entiendo a la cigarra en el silencio, al mar sin esa sed enorme del sonido, al corazón humano aun sin el ritmo de una respiración acompasada... Entiendo a Dios sin versos y sin páginas. Me entiendo sin palabras. La historia o la ciudad es lo que no comprendo sin la literatura. La memoria, el olvido y la imaginación las van formando. También es la carencia la que me hace escribir, así que la poesía también me da lo que aún no poseo. La poesía no narra: sueña (está segura de su ausencia). Viaja en las cuerdas del tiempo. Camina sobre arenas movedizas. Porque se inserta en el silencio que no pasa. Predispone, pues, a lo sobrenatural. En estado bruto la poesía da vida a quien la siente como una asfixia. Paciencia del olvido, se comparte como una fe (de allí que hay pocos lectores) que llena la soledad de palabras, la compañía de silencios. Y llena al hombre de Dios. Pero el poeta fiel no busca a Dios de frente; busca su espalda. Lo oscuro de la luz. El fin a su principio. La sangre de la página. Los poetas viven de milagros: para nombrar las cosas les basta con amarlas. En la sociedad del espectáculo que es la nuestra (hago, claro está, alusión a Guy Debord), la representación reemplazó a la acción. En esta sociedad mexicana sometida al reinado de la cantidad, los signos más triviales se reproducen por todas partes como las células de un cáncer generalizado. Basta abrir los ojos para ver que por todas partes la antipoesía obra de manera mortífera. «Cuando una sociedad se corrompe -decía Octavio Paz- lo primero en corromperse es el lenguaje». Desintegrar el lenguaje como lo hacen ciertos poetas “de vanguardia” es una empresa suicida, egocéntrica, que permanece prisionera del espacio cerrado donde se confina su caída hacia sus propios infiernos. De lo que se trata, como lo pregonaba Roberto Juarroz, es de limpiar el lenguaje, de limpiar nuestra mente y nuestros modos de vida para romper con el lenguaje estereotipado, naïf o convencional. Borges veía en ese lenguaje trivial una especie de poesía fósil. Pero es sobre todo el sentido al que es necesario desfosilizar para dar a los signos un sentido nuevo o, como tan bien lo dice Lucian Blaga, «una nueva luz sobre un viejo camino», un camino luminoso cargado de la intensidad de sus propios silencios, un sentido secreto: «el secreto -decía Artaud- es que no hay secreto más que ser justamente aquello que no se es, y no es un secreto es más bien un alma». Porque el silencio poético es un alto grado de silencio; él es el que nos libra de lo opaco de los signos y de las torpezas de la lengua. No es un silencio vacío, es un silencio excesivamente lleno y hasta desbordante de sentidos silenciosos: un silencio trascendental. En lo que concierne a la poesía viva, solo importa la «búsqueda de sentido del sentido», es decir: la orientación y la evolución del sentido hacia el centro enigmático o la fuente trascendental del “quién” y del “qué”. «¿Pero quién bebió en la fuente de la vida?» -exclamó Antonin Artaud-. «A la vida no le debo ningún recuerdo, pero le debo mi vida entera» -escribió Lucian Blaga-. No es una idea cerrada en sí misma, no es siquiera una idea, sino una visión cuyo sentido global no depende del sentido de las palabras, sino del secreto de su complejidad y de su salto cuántico a otro nivel de realidad. Entre las vías de búsqueda que convergen cada una por su propia vía de paso hacia la inaccesible fuente de vida, se podría llamar transpoética a la vía del poeta clarividente, orientado hacia la unidad del conocimiento. Esta búsqueda fue la de Blaga, quien atraviesa y supera la poética del signo o la poesía encarnada en la lengua. Jean Wahl ahondaba en el mismo sentido cuando escribía: «No sabemos lo que es la metafísica, ni lo que es poesía, pero el fondo de la poesía será siempre metafísico, y es muy posible que el fondo de la metafísica sea, igualmente, siempre poesía». Sin embargo en México de un tiempo a la fecha no hay más poética (reconocida, premiada, beneficiada por los protectorados oficiales) que la que viene del sur del continente, vía los grandes santones y uno que otro poeta. Esta “nueva” poesía, afianzada con garras a las viejas vanguardias, mira con malos ojos lo que no ocurre en ella o, mejor, entre quienes la dictan en el mismo perfil de aquellos escribanos del pasado que estaban destinados a copiar entre todos un único volumen. Son jóvenes que arrastran los vicios y prebendas de sus propios padrinos y hacen del centralismo y de las becas una forma de vida. Se ramifican en los medios impresos para cubrirse entre ellos y a veces detrás de estos políticos hay un poeta en cierne, pero absolutamente todos se creen los elegidos, los únicos, los amos de la palabra poética. Se atreven a decir que Sabines es cursi y ni siquiera conocen el amor. Si hacen uso de sus emociones es para denostar a quienes están en desacuerdo con ellos y prefieren bordar en el vacío que sobre sus arterias. Le cobran la factura de su mediocridad a quienes los protegen, pero solo en privado. Aman la fama, el esnobismo y la frivolidad por encima del reconocimiento y el trabajo. No todos radican en el centro del país, pero los que están fuera padecen centralismo (además de miopía). No hay encuentro o concurso en donde no converjan los mismos manantiales y la soberbia es agua superior a la edad que naufragan. Entre los jóvenes ya consolidados existen casos opuestos: Jorge Fernández Granados o Malva Flores, cuya labor poética se ha ido decantando, y Ernesto Lumbreras, cuyo trabajo inicial me parece mejor que sus últimos cielos o las piedras más prístinas que ahora esconde en su mano; sus poemas inéditos han vuelto a emocionarme y confío en sus nuevas espuelas para el viaje. Pero también hay arbustos de variada luz (incluso cercanos a estos grupos cerrados) que demostraron ya carácter de poetas: Julián Herbert, incluso, con una poética lejana de la de sus amigos (la poesía neobarroca, preciosista), sin caer en el facilismo de la corriente coloquial o el franco desparpajo que ha imperado en algunos (sobre todo norteños) y Luis Vicente de Aguinaga, quien sabe asimilar sus influencias para revisitar a los poetas que lo nutren de una manera exacta y oportuna. Yo prefiero a los que están a la sombra de tantas manzanas venenosas que pudieran tentarlos: Luis Alberto Arellano (Querétaro) y su ironía febril, demoledora. Elías Carlo (Monterrey) y el nihilismo tajante por sus vísceras. Pablo Graniel (Tabasco) y otro Dios al que enfrenta sus múltiples preguntas. Óscar Santos (Aguascalientes), Román Luján (Querétaro), Javier Acosta (Zacatecas), Avelino Gómez Guzmán (Colima), con discursos muy bien estructurados, emociones a ras, intuiciones y experimentación con la palabra justa y sin pedanterías. De Jalisco (menores de 40 años) mis apuestas son pocas: Fernando Carrera, Luis Eduardo García, Gustavo Íñiguez y Álvaro Luquín. La poesía por la poesía o el arte por el arte no lleva a ningún lugar. Muchos poetas también están tan separados de ellos mismos, separados de los otros y separados del mundo, que sus palabras tienden a separarse las unas de las otras por falta de poder unificarlas en el mismo sentido orientado hacia el interior infinito del centro en el sentido mítico de la palabra. De igual manera no pueden ver en el arte poético la virtualidad de un lenguaje transdisciplinario, el medio de una búsqueda de autoconocimiento, la vía de un yoga de la conciencia o, como en el caso de Djalâlod-Dîn Rûmî, una búsqueda de lo absoluto. Si partimos de la idea que la sociedad es el estado de los hombres sometidos a leyes generales, la poesía y la sociedad tienen pocos elementos en común. En principio los hombres se manifiestan entre sí. La poesía cabe entera en el poema y no posee otro espacio que la realidad de éste; es la elección deliberada del fracaso de la comunicación. El poeta y la sociedad sobrellevan una paradójica existencia: uno y otra parecen no necesitarse y ambos son necesarios. El libro es una realidad textual: tejido en donde el escritor y el leyente se anudan en una sociedad, ahora sí, inclusiva. Sociedad anónima, pudiéramos llamarla; en su inmensa mayoría de capital limitado. Yo creo en esta poesía que aspira o tiende a asumir las consecuencias de una escritura personal, que parte del hecho de trazar signos de viaje destinados al desciframiento y trascripción de una mirada lectora creativa e inteligente. Creo en la poesía como el acto silencioso de leer el trayecto sucesivo de una página: acto carnal y fruicioso, ya que la denominación antigua de página quería decir: «cuatro hileras de vides unidas en forma de rectángulo». Frente a la hoja en blanco soy un poeta sobrio, por la divinidad que le confiero a las palabras. Liturgia del poema con que descifro al mundo y luego me bautiza. Ritual del raciocinio y la experiencia, de la imaginación y la memoria. Agua recuperada entre tanta ceniza de los clásicos. Los autores que visito están habitados por un conocimiento silencioso superior a las palabras. No hay poesía grande donde el silencio trascendental no es la fuente, al mismo tiempo, del sentido y del signo que lo transporta. Esto no es una verdad de experiencia natural: es una verdad de experiencia trascendental, a la que otros llaman mística. Estos otros poetas no pierden su tiempo -ni experimentan la necesidad- en asirse a la racionalidad de la lengua o en destruir el sentido común de las palabras de la comunidad. De esta alta sociedad es que quisiera hablarles, no de la burguesía ni del proletariado de los poetas vivos. Me refiero a los poetas muertos, que seguirán con vida en el tercer milenio. Mientras muchos poetas jóvenes han optado -con más o menos suerte- por una poesía objetiva, coloquial y autobiográfica, pero escrita para un auditorio masivo (esto es, social), yo creo en la poesía de primera voz, escrita para uno como poeta y para nadie más. La poesía social que yo prefiero es la que habla del hombre y la mujer, de sus cambios y mitos, sin que aparezcan (de manera forzada) las palabras Chechenia, Cuba, Chiapas o la calle de Gante. Creo que la calle no es el mejor lugar para un poema, así se trate de unos versos urbanos. La calle debe estar en los poemas como el signo visible de la circulación de las ideas. El hombre debe estar en los poemas antes que los poemas vayan a dar al hombre. Cuando salen vacíos, con la parafernalia de la repetición o el preciosismo, el poeta los mueve por las calles, los cafés literarios o las editoriales, en fin: la sociedad; es un cacaraqueo de huevos putrefactos. La poesía es movimiento. Esto me queda claro cuando paso la mano por el índice de mi memoria abierta y aparecen con vida los poemas de Lorca, Gil de Biedma, Borges, Neruda, Gorostiza y Vallejo, por limitarme tan solo al habla hispana. Octavio Paz es búsqueda continua (transición, no ruptura): la poesía en movimiento que algunos interrogan y permanece afluente del que todos bebimos (y varios se emborrachan). Jean−François Lyotard, a propósito de la naturaleza de la filosofía, hace la siguiente reflexión que extiendo a la poesía: su paradoja consiste en que al escribir un poema, se escribe antes de saber lo que hay que decir y cómo, e incluso si es posible. Entonces un poema no puede estar sujeto a norma alguna, Una vez hecho el poema es una obra: existe sin la necesidad de relación con otras entidades, incluyendo al poeta. Si un poema no requiere del poeta, de la sociedad tampoco. La obra -dice Maurice Blanchot- lo es cuando deviene intimidad abierta de alguien que escribe y alguien que lee. Esta es la sociedad en la que creo. No en la otra sociedad, a la que se presentan los poetas con vals y chambelanes, con padrinos y aplausos pregrabados. De un poema, me quedo con la ausencia que presagia los siguientes poemas: su silencio. La ciudad no es la hoja, sino lo que le resta para poder arder en una sola llama. A tal blanco es que apunto mis sentidos, la emoción y hasta la inteligencia. El blanco es el comienzo, la nieve bajo el paso. No es un miedo, porque el miedo es más rojo. No es una certidumbre, porque todos los viajes se entienden al regreso. Quisiera suponer que el blanco soy yo mismo y el arma es el poema: lo puro (ni por asomo prístino) e inacabado (no lo último). El espectro completo (giratorio) de todas mis alianzas con el mundo. Por ahora no sé de otra ciudad. Nunca he llegado a un sitio de modo permanente. Dice Blanca Varela: “digamos que ganaste la carrera/ y el premio/ era otra carrera”... Así la literatura. Si la muerte es un poema inconcluso, incandescente, ¿en dónde estoy ahora? En cambio, si como dice César Icella: “Uno vuelve, siempre, a los viejos sitios donde amó la vida”, he llegado, muchas veces, a esos viejos lugares. No he pagado una casa por completo (debo todas mis letras), pero siempre pernocto en casa de un amigo. Y eso es una llegada, momentánea si quieren, al corazón que tengo como meta. Me alimento de todo lo que veo, lo que escucho, lo que puedo palpar y algo me dice. El olor de la vida y el gusto por los mundos inventados. La ciencia es un banquete que sazono con cierta reflexión. Y la imaginería. Mis textos son ficticios pues resultan exactos. Lo real es la emoción: la proteína. Soy un poeta omnívoro de todos los poetas de voz insuperable. Es soberbio decirlo, pero le escribo a Dios. Dios que se llama mundo; mundo poblado de hombres... hombres que son amigos, mi pareja o mi padre... Dios-pez y Dios-pregunta. Le escribo a las mujeres desde alguna mujer que me dio a luz o me enseñó el poema, manzana tan prohibida. Les canto a los atlantes que me enviaron, como su heraldo negro, a reclamar sus pérdidas. Al árbol de mi fe. A la roca del miedo. Le escribo a Luis (Armenta) desde otro Luis (Malpica) que oculta su multiplicidad en un espejo de agua. Mi experimento para sobrevivir en la ciudad es carecer de fórmulas. Soy un poeta demasiado canónico para creer en la moda y las vanguardias. Respeto únicamente al texto y sus caminos. A veces laberintos, a veces línea recta. Un punto, o la ausencia absoluta de puntuación o límites. Me gusta incorporarme a la poética del silencio, pero son muy ruidosas mis pasiones. Y cuando quiero andar en la experiencia la inmadurez me vence. La esperanza llena mi casa a todas horas. Si de pronto se cuela una llovizna, tomo un poco del agua y me persigno. Ya bastante me pierdo cuando cierro los ojos al dormir, como para dejar que mis poemas pasen la noche a oscuras. Yo creo en la terredad (san Eugenio Montejo): La fe de lo vivido. Más que un experimento, puedo tener apuesta: que el ser de mi escritura haga un buen ser humano y un mejor habitante de la ciudad que fundo y que confundo con todos cada día. REFERENCIAS: Calendario de palabras -doce poetas jóvenes de Jalisco (Consejo Estatal de la Cultura y las Artes, 1992) Voluntad de la luz (además de varios reconocimientos por algunos poemas sueltos, ya como libro obtuvo mención honorífica en el certamen nacional de poesía “Hugo Gutiérrez Vega”, 1993; premio nacional de poesía “Clemencia Isaura” y ex-premio de poesía Aguascalientes, en 1996. Mantis editores, 1996; segunda edición, bilingüe, versiones al francés de Françoise Roy, Écrits des Forges y Mantis editores, Quebec, 2002) Cantara, incluido en El mundo era un prodigio (mención honorífica en el Premio nacional de poesía “Jaime Sabines”, 1995). UNAM, Col. El ala del tigre, 1998) Terramar, incluido en Tercer premio nacional de poesía y cuento “Benemérito de América” (Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, 1999) Des(as)cendencia / Des(as)cendance (traducción y versiones de Jacky Santos Da Silva y Gabriel Martín. Edición bilingüe, Écrits des Forges y Mantis editores, Canadá, 1999; primera reimpresión, 2000) Vino de mujer (mención honorífica en el primer premio nacional de poesía experimental “Raúl Renán”, 1999, y premio nacional de poesía “Efraín Huerta”, 1999.Ediciones la rana, del Instituto de Cultura de Guanajuato, 2000; segunda edición, bilingüe, versiones al francés de Françoise Roy, Écrits des Forges y Mantis editores, Quebec, 2004) Nombradía -desde el hielo anterior, incluido en Primer Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda 2000 (Municipalidad de Temuco, Chile, 2000; segunda edición, bajo el título de Ciertos milagros laicos, Mantis editores, 2002) Ebriedad de Dios (mención honorífica en el certamen literario internacional “Manuel Acuña”, 1996, y primer lugar de los juegos florales nacionales de Santiago, Incuintla, Nayarit, 1997. Ediciones Monte Carmelo, 2000; segunda edición bilingüe, versión al francés de Françoise Roy, por Écrits des Forges y Mantis editores, 2004) Luz de los otros (mención honorífica en el segundo certamen nacional de poesía y cuento “Benemérito de América”, 1998, y primer lugar de los juegos florales nacionales de Ciudad del Carmen, 2001. Ayuntamiento de Ciudad del Carmen, Campeche, 2001; segunda edición Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, Col. Carlos Pellicer, 2002) Mundo Nuevo, mar siguiente (premio nacional de poesía “Ramón López Velarde” 1999, Espejo de papel, Monterrey, N. L., 2003; segunda edición por Literalia editores y Secretaría de Cultura de Jalisco, 2004) La pureza inaugural (premio nacional de poesía “Amado Nervo”, 2003. Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit, 2004). Sombra del cielo que arde (premio nacional de poesía de Nayarit, 1994. Inédito) Última luz (finalista del premio nacional de poesía “José Gorostiza”, 2001. Inédito) La fe de lo vivido (inédito).
4 Comments
Jennifer Aranda
4/22/2015 05:15:24 am
De primero Si me fue un poco dificil entender este articulo pero es facil de entenderlo Si lo leis uno y otra vez. Me gusta mas la parte donde habla sobre la poesia de la calle. Me gusta que mencione que uno Como poeta no deberia escribir en las calles osea encontrar cosas alli que las calles deberian de venir Asia uno. Tambien menciona sober las posibilidades de un buen poema. Para MI Si fue un articulo que no concluyo con el tango.
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Stephanie Servin
4/27/2015 10:40:42 am
“Cuando el poeta se da con todo (contra la puerta, contra la ciudad, se da a Dios, al hombre, al alto trino verde de los árboles), es inevitable que surja una chispa, una luz, que a veces es un fuego y en ocasiones humo. Pero que tuvo luz en un instante. Ese instante es el poema”. Esta frase me gustó mucho ya que no solamente un poeta utiliza estas cosas como inspiración sino también una persona ordinaria. Cualquiera busca lo que sea para seguir adelante y crear sus grandes historias. Tanto las cosas malas o buenas se utilizan para crear algo interesante, algo nuevo. Malpica también tiene mucha razón en esto, “el poema, igual que Dios, es todo el tiempo él mismo”. Sin Dios nadie es nada, ya que se necesita una claridad en la vida que solamente él la puede dar.
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Rosemary Ramirez 4304
5/7/2015 04:31:00 pm
Como Luis Armenta Malpica se refiere en su blog, su primer infarto con la geografía adoptó, en contra de mi voluntad y sin ningún temor en el siglo pasado. lo que me pareció interesante fue cómo comenzó como todos los otros escritores a una edad muy joven, pero como él comenzó a los 16 años de edad. Fue influenciado por muchas personas en su vida como yo lo largo de mis años de escuela primaria. Su estilo de la escritura en tanto son grandes y sabe cómo tomar las críticas muy bien y se lo lleva a mejorarse a sí mismo y no le da. Un gran refrán que me gusta "mi corazón es la ciudad más grande que conozco." "Calendario de las palabras era mi hogar, violenta y brutalmente, como editor y poeta. Entonces supe lo que eran las capillas que esta ciudad tenía, pero también sabía que yo era un ateo. No es para Dios, aclaro, porque Dios me aclaró todo el tiempo. "Me gusta la forma en que se expresa y muestra cómo sabia que es y disfruta lo que hace.
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laritza lopez
4/20/2016 08:53:42 am
Se me iso muy dificultoso entender el articulo de Luis Armenta . Pero lo que me llamo mucha la atención de Luis es que le encanta su trabajo. en este articulo indica como a luis disfruta escribir. El estilo en que Luis escribe es tan poderoso y detallados a los demás. Luis Armenta es tan creativo cuando dice "La poesía por la poesía o el arte por el arte no lleva a ningún lugar." Luis es tan diferente a los demás escritores y en este articulo lo muestra.
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