Luis Vicente, ¿en qué momento te das cuenta que quieres ser escritor? No lo sé muy bien… Desde que me acosté a escribir mi primer poema (porque lo escribí acostado en el suelo, pecho a tierra, el día que cumplí quince años) me sentí contento escribiendo. Pero casi nunca empleo la palabra “escritor” para referirme a lo que hago. ¿Te inclinaste desde el principio por la poesía? Sí. Aunque, como ya te digo, más que inclinarme, me recosté. Desde un principio escribí poemas. Poco después, cuando empecé a escribir artículos periodísticos y ensayos breves, me incliné también por la crítica de poesía. Después llegué a escribir algunos relatos, casi siempre disfrazados de ensayos, pero no he vuelto a escribir narraciones desde hace años. ¿Cómo fueron tus primeros pasos en el oficio? ¿Recibiste apoyo inmediato o no? Sí, claro. Mi familia y mis amigos me han apoyado siempre, leyéndome y tolerándome. Mi amiga Teresa, que después fue mi novia y desde hace trece años es mi esposa, es mi principal interloctura literaria. Con los años, también he recibido apoyo de instituciones y personas ligadas con la edición y la promoción cultural. A todos ellos les debo muchísimo. Desde un principio, cuando asistí a un taller con el poeta Raúl Bañuelos y, poco después, cuando entré a estudiar la carrera de Letras Hispanoamericanas en la universidad, en Guadalajara, he tratado de aprovechar las enseñanzas de los demás. Al mismo tiempo, cuando quise tomar decisiones por mi cuenta, casi siempre a la hora de publicar lo que iba escribiendo, casi siempre me apresuré y cometí algunos errores de juicio. Mis primeros pasos, en este sentido, sencillos e imprudentes al mismo tiempo. ¿Cómo ha ido evolucionando tu poesía a partir de tus primeros libros? Yo no hablaría de una evolución, sino estrictamente de cambios. Cada vez trato de ceñirme más, tanto como sea posible, a las cosas concretas. Quiero situarme frente a la sensación, dentro de la sensación, en la sensación de las cosas. Me gustaría estar ahí donde aquello que se percibe no ha sido aún procesado por el entendimiento. Vistos a la distancia, mis primeros libros me parecen demasiado empeñados en ser literatura y parecerlo. Hoy, a más de veinticinco años de haber escrito mi primer poema, crear una distancia irónica o metaliteraria en un poema ya no me parece tan interesante. ¿Quiénes han sido tus grandes influencias literarias? Raúl Bañuelos fue para mí una gran influencia en mis años de formación. Yo quería escribir como él y como los poetas que me iba revelando: Sabines, Parra, Borges, Paz, Bonifaz Nuño y otros más jóvenes, como Alberto Blanco, Luis Miguel Aguilar o Ricardo Castillo. En esos años, también, gracias a ciertas pistas que fui recogiendo aquí o allá, conocí a tres poeas que fueron y siguen siendo de gran importancia para mí: Eduardo Lizalde, Roberto Juarroz y José Ángel Valente. Por los tres profeso todavía una sincera devoción. ¿Cómo y hace cuánto surge Reducido a polvo? Nunca sé muy bien cuándo estoy empezando a escribir un libro. Los primeros poemas de lo que luego sería Reducido a polvo debo haberlos escrito cuando vivía en Francia, entre 1996 y 2001. Supongo que la experiencia de alejarme de mi ciudad y de mi lengua, en una época en la que todavía no había tantos teléfonos celulares ni tantas computadoras conectadas a internet como ahora, sin duda tuvo que ver en el extrañamiento y en esa como sordidez interior que hay en muchos poemas del libro. Después, al regresar a México, esa sensación de oír las cosas “como adentro del agua”, lejos de desvanecerse, se agudizó. Terminé el libro en 2003, siendo becario del FONCA. En Reducido a polvo haces una especie de homenaje a los escritores que admiras. ¿Cómo o por qué surge esta idea? No lo hice conscientemente. Conocí la poesía de Samuel Beckett cuando vivía en Francia y me impresionó mucho: esa frialdad, ese distanciamiento desesperado, esa como lúcida torpeza de frente al idioma, me hicieron pensar en cuestiones que antes no me habían interesado. Escribí una sección de Reducido a polvo pensando en Beckett. Pero también, al escribir otros poemas del libro, me pasó algo parecido con cierta poesía prehispánica, con Valente y Gamoneda, con Paz y Alberto Girri, con López Velarde y con otros poetas. ¿Tiene este libro un lugar especial en tu trayectoria? Sí, aunque no me guste mucho la palabra “trayectoria”. Es un libro que hice pensando en mi hermano Víctor, a quien se lo dediqué. Eso, para empezar, me hace recordar con emoción la época en la que lo escribí, con las cosas que me pasaban entonces y las que le pasaban a la gente que quiero. También es un libro especial por el premio que gané con él y por la circulación que tuvo cuando apareció. Fue la primera y será tal vez la única vez que vea un libro mío en escaparates y mesas de novedades, lo cual es bueno para el ego. A veces hay gente que me pregunta: “¿En dónde puedo conseguir tus libros?” Sólo con Reducido a polvo les pude responder, con suficiencia: “¡En cualquier librería!” Además de escritor eres crítico literario, doctorado en Francia. ¿Cómo concilias tu labor de crítico con la de escritor? Mi profesión, mi forma de ganarme la vida, es la enseñanza. Como profesor soy, además, investigador. Mucho de lo que hago como crítico, ensayista e investigador literario lo hago profesionalmente, en la Universidad de Guadalajara. Lo cual me hace sentir afortunado, ya que la docencia es, para mí, una vocación tan profunda y gratificante como la poesía. Y en la docencia encontré un espacio natural para desarrollar mi gusto por la crítica y el ensayo literario. Como poeta, en cambio, soy un amateur, y así me gusta que sea. ¿Cómo ves el panorama de la poesía en México? Lo que alcanzo a ver (porque doy por sentado que no lo veo todo) me parece muy interesante. Los poetas nacidos en los años 30 y 40 van ocupando, poco a poco, el sitio de los maestros y los sabios de la tribu, cosa que me parece formidable. Los poetas nacidos en los años 50 y comienzos de los 60 fungen como hermanos mayores, mientras que los nacidos poco antes o poco después de 1968 estamos en la posición más difícil: somos los hermanos intermedios, cuestionados por los menores y apenas considerados por los mayores. Todo esto lo digo, desde luego, en broma. Pero es verdad que la diversificación de los medios impresos y digitales, la masificación de la enseñanza de la literatura y la caída en descrédito de las instituciones culturales ha propiciado que distintos climas, especies y formas de susbsistencia convivan en el ecosistema de la poesía mexicana. Me parece ver que la tradición experimental se ha renovado y robustecido en los últimos años, mientras que las dos familias dominantes (la órfica y la coloquialista, por así decirlo) siguen creciendo y multiplicándose. ¿Qué les aconsejas a los escritores jóvenes que van empezando? No estoy acostumbrado a dar consejos. Debe ser parte de la crisis de los cuarenta: siento que ya no tengo edad para escuchar consejos pero que todavía no la tengo para darlos. Les diría esto: sé audaz al escribir, prudente al publicar y sensible al escuchar lo que otros tengan que decirte.
0 Comments
Leave a Reply. |
Archives
October 2021
Categories |